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LA MUERTE SEGUNDA

Por muerte segunda entiendo la condenación eterna.
La primera muerte abarca a todos los hombres (Heb.9:27) y es inevitable; solamente escaparán de ella los fieles que estén vivos cuando sea la Segunda Venida de Cristo, pues éstos serán transformados, y por tanto no verán muerte.
La segunda muerte puede evitarse, pues a ella están destinados todos los impíos, pero no tendrá potestad sobre los que alcanzan la justificación y se mantienen limpios acordes con la Palabra de Dios. Apo.20:6.
Hay religiosos que afirman que la muerte segunda será el dejar de ser, o sea, que los impíos, después de sufrir un tiempo de castigo, serán aniquilados totalmente. De ahí que nieguen que habrá un infierno o lugar de castigo para siempre, diciendo que la muerte segunda será eterna solamente en su efecto, no en su duración. Una de las Escrituras que toman para apoyar esa idea es la de Mal.4:1, donde dice que a los impíos no les quedará ni raíz ni rama.
Morir es dejar de vivir. Aniquilar es dejar de ser. No es lo mismo muerte que aniquilamiento. De cierto modo la lógica nos hace pensar, y la compasión nos hace desear, que la muerte segunda sea el aniquilamiento, pero muchos pasajes de la Biblia nos dicen que el estado final de los impíos será de castigo perpetuo.

“... los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.” Dan.12:2.

“Y el diablo que los engañaba, fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde está la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche para siempre jamás.” Apo.20:10.

“Entonces dirá también a los que estarán a la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. E irán éstos al tormento eterno, y los justos a la vida eterna.” Mat.25:41 y 46.

Que las raíces y las ramas de un árbol hayan dejado de ser no quiere decir que haya dejado de ser el árbol. Un tronco seco ya no se reproduce ni se alimenta, pero sigue siendo la madera de aquel mismo árbol que una vez tuvo vida.
Algo que no es fácil comprender es cómo se podrá estar muerto y sufrir a la vez; sin embargo, la Biblia enseña que la primera muerte es un estado de inconsciencia total (Ecc.9:5 e Isa.63:16) del cual se habrá de despertar el Día de la Resurrección; no así la muerte segunda, en la cual se sufrirá la ausencia de Dios, y de la cual ninguno podrá retornar jamás.
Algunos no creen que Dios, siendo amor, haga que tantas de sus criaturas sufran el castigo sin fin. El amor y la justicia de Dios son infinitos; así, mientras a los salvados dará una gloria inmerecida (dádiva), a los perdidos no dará menos, pero tampoco más (paga) castigo del que merecen.

“Porque la paga del pecado es muerte: mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” Rom.6:23.

Haya pecado más o haya pecado menos, todo el que no fuere hallado inscrito en el Libro de la Vida será lanzado en el lago de fuego (Apo.20:15); Y todos, sin excepción, estarán allí por la eternidad, pero no todos con el mismo grado de castigo o tormento.

“Porque el siervo que entendió la voluntad de su señor, y no se apercibió, ni hizo conforme a su voluntad, será azotado mucho. Mas el que no entendió, e hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco: porque a cualquiera que fue dado mucho, mucho será vuelto a demandar de él...” Luc.12:47 y 48.

“Por tanto os digo, que a Tiro y a Sidón será más tolerable el castigo en el día del juicio, que a vosotras.” Mat.11:22.

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! ... por esto llevaréis más grave juicio. ...le hacéis hijos del infierno doble más que vosotros.” Mat.23:14 y 15.

“El cual pagará a cada uno conforme a sus obras.” Rom.2:6.

La cantidad de castigo que merece un reo se le puede dar en forma intensa en tiempo corto, o se le puede dar en forma menos intensa en tiempo más largo, pero en fin de cuentas es lo mismo una cosa que otra, siempre que la cantidad de castigo corresponda exactamente a la que merece el reo.
El juicio es de Dios, así que confiemos en que el amor de Dios es mayor que nuestro amor, y la justicia de Dios es mayor que nuestra justicia. ¡Dios hará lo que bien le pareciere!

Ob. B. Luis, Miami, Nov. de 1979